Explora el Poder Interno: El Mago {1}

2 months ago
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En este episodio exploramos el Mago, la primera carta del Tarot y símbolo arquetípico del poder creador: ese momento en que la voluntad humana canaliza los elementos (tierra, aire, fuego, agua) para transformar ideas en realidad. Analizamos su esencia como "el puente entre lo divino y lo terrenal", donde el ego —en su máxima expresión— reconoce la dualidad en la unidad ("Como arriba, es abajo"). Pero también revelamos su sombra: el Mago invertido, que distorsiona este poder en manipulación, charlatanería o avaricia. Contrastamos su figura con los villanos modernos —meros caricaturas materialistas obsesionadas con placeres banales— frente a los antagonistas clásicos (como Hiranyakashipu o Fausto), que anhelaban trascender los límites humanos, no hundirse en ellos.

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**NOTAS DEL EPISODIO**

1. Aunque el tarot se asocia popularmente con tradiciones herméticas y esotéricas, muchos académicos sostienen que su uso original en los siglos XV-XVI era puramente lúdico (como juego de cartas) y que su vinculación con el ocultismo —especialmente con el hermetismo, la cábala o la alquimia— fue una reinterpretación posterior, impulsada por ocultistas del siglo XVIII-XIX como Antoine Court de Gébelin y Eliphas Lévi. No hay evidencia histórica sólida que respalde un origen hermético del tarot; más bien, su simbolismo esotérico fue "impuesto" a posteriori para crear un sistema de adivinación y conocimiento secreto.

2. Baphomet, la enigmática figura ocultista popularizada por Eliphas Lévi en el siglo XIX, simboliza la unión de dualidades: lo celestial y lo terrenal, lo masculino y lo femenino, lo humano y lo divino. Con un brazo hacia arriba (el cielo) y otro hacia abajo (la tierra), su gesto refleja el axioma hermético "Como arriba, es abajo", al igual que el Mago del Tarot. Aunque su origen es disputado —asociado a los Templarios por leyendas medievales—, Lévi lo diseñó como un símbolo de sabiduría esotérica, integrando elementos alquímicos (la antorcha, la serpiente) y astrológicos (la luna creciente, el pentagrama).

3. La modernidad, dominada por el mito del "progreso" lineal —heredero del pensamiento ilustrado y darwinista—, ha olvidado la visión cíclica del tiempo que predominaba en la antigüedad (como en las tradiciones védicas, estoicas o mesoamericanas). Esta presuposición afecta radicalmente la percepción humana: desde la obsesión por el crecimiento económico infinito hasta la idea de que la historia avanza irreversiblemente hacia un futuro "mejor". Se ignora así que civilizaciones nacen y caen, que la naturaleza opera en ritmos circulares, y que incluso la tecnología, en su aparente novedad, a menudo repite patrones arcaicos. Al perder esta conciencia de los ciclos, el hombre moderno vive alienado, creyéndose dueño de un tiempo que, en realidad, lo trasciende.

4. El materialismo craso —esa obsesión por el dinero, el placer efímero y la vanidad social— es la antítesis del verdadero camino ocultista. Mientras el vulgo persigue espejismos de poder (fortuna, fama, conquistas vacías), el mago y el iniciado buscan dominar las fuerzas sutiles que rigen la realidad: conocimiento arcano, autodisciplina y la transmutación de su propia conciencia. La diferencia es abismal: uno se hunde en la ilusión de lo inmediato; el otro, trasciende lo mundano para acceder a un poder real —el de quien gobierna su destino al alinear voluntad, símbolo y ley universal—. Como decía Eliphas Lévi: "El verdadero mago no quiere lo que el necio desea, y por eso lo obtiene todo".

5. Los villanos modernos —capitalistas desquiciados, psicópatas con cuentas bancarias infladas o anarquistas sin propósito— palidecen ante los arquetipos clásicos del mal: desde el Lucifer rebelde de Milton hasta el Dr. Fausto seducido por el conocimiento absoluto. La degradación del villano refleja la miseria espiritual de nuestra época: ya no ambicionan el poder real (dominar el tiempo, desafiar a los dioses, corromper almas), sino solo acumular cosas, dinero o likes. Son patéticos no por su maldad, sino por su pequeñez.

7. Hiranyakashipu, el tirano de las escrituras védicas, encarna la grandeza perversa del villano antiguo: sus austeros sacrificios (tapas) durante milenios le granjearon un poder casi divino, retando a los dioses y redefiniendo las leyes de la realidad. Su ambición no era riqueza o placer, sino la inmortalidad misma y el dominio absoluto sobre el universo. Este demonio-asceta contrasta con los villanos modernos, obsesionados con lo material: Hiranyakashipu no quería poseer el mundo, sino ser su ley.

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